miércoles, 19 de noviembre de 2008

"Delgadito, ellas no quieren tus besos..."


Cuando te levantas con un trancazo enorme, después de una noche eterna durmiendo a trompicones, y el típico moquillo colgando, lo que menos te apetece en el mundo es salir de casa. Si a eso se le suma que la razón para abandonar tu calentita morada es ir al dietista, que te va a mirar con mala cara por no haber perdido ni un gramo, es aún peor.
Pero como pagas un pastón por sus servicios, y conseguir cita para otro día es una difícil tarea, te encierras en tu abrigo más gordo, con la bufanda más larga que tienes, y tu carita de enfermedad y dices: ¡Voy! ¡Con dos cojones!

La exaltación momentánea acaba en cuanto te metes en el metro lleno hasta arriba, y el bajón total es cuando llegas y ves que hay gente esperando: genial, por lo menos una hora de retraso, fijo. Mientras esperas y esperas, te empiezas a encontrar febril, y poco a poco te vas sumergiendo en el sofá de la sala de espera, con "saber vivir" de fondo, que es un programa que tiene el mismo efecto que los famosos documentales de la dos: te sobas.

Para cuando el dietista te llama, estás en un estado de aplatanamiento soporífero, que hace que lo único que te apetezca es irte a casa corriendo.
O eso, o comerte al dietista en sí. Porque claro, tú "inteligentemente", para que en el peso no se note excesivamente que no has hecho ni puto caso a la milagrosa dieta del tío durante los últimos 4 días, haces lo que es de esperar: no desayunas. Piensas: "báscula, me la sé todas, cuando tú vas yo vuelvo". Y lo dicho, no desayunas. Lo que no sabes es que a la media hora, te comerías hasta a tu padre si se cruzara por allí.

Total, que allí estás tú, con fiebre, tu cara de empane y hambrienta, reconociendo que no has hecho bien la dieta, y poniendo excusas como "bueno, me tiene que venir la regla, alomejor peso más por eso, ¿no?" o "es que me fui de viaje...pero no me he pasado tanto, de verdad".
Es entonces cuando al hombrecito, que además de hacer dietas tiene madera de psicólogo, se le ocurre que quizá tienes ansiedad por algún problema gordo; con ese careto que tienes no puede ser otra cosa, debe de pensar. Por no contarle tu vida entera y aburrirle con tus cientos de problemas, más que nada porque te quieres pirar, intentas salir del paso con un tímido: "bueno, puede ser que esté algo agobiadilla", Y él: "¿por qué?", Tú: "no sé, puede que por no tener trabajo y tal"... ¡¡¡Error!!! El simpático nutricionista amigo de sus pacientes, decide pegarte una charla psicológica larga larguísima; vamos, que después de eso ya sabes por qué siempre te toca pasar horas en la sala de espera.
Habla y habla, y aunque intentes arreglarlo, ya es demasiado tarde: el hombre piensa que estás hundida en un pozo de apatía depresiva y te intenta sacar de ahí. A ti te encantaría gritar que no es para tanto, que lo único que te pasa es que quieres salir de allí ya, pq te encuentras fatal y encima estás harta de hacer dieta para casi nada. Pero no puedes hacerlo, porque el hombre es un cielo, y lo único que quiere es ayudar, y porque joer, dice algunas verdades que...

En fin, cuando termina la consulta tienes un catarro al cuadrado, más hambre y más desánimo que nunca con la dieta, y para colmo una sensación de "no sé qué voy a hacer con mi vida" increíble.
Cuando llegas a casa te tapas hasta arriba, te cagas en el dietista por comerte el coco y te preguntas para qué coño estás haciendo dieta si unos kilillos para estar perfect los puedes perder tú sola. Eso sí, al rato echas curriculums como loca por internet, te comes tu verdurita, y a la hora del aperitivo te tomas las 2 tortitas de arroz que te tocan ¡no vaya a ser que te salgas de la dieta! que bastante tienes ya con ser una parada.

2 comentarios:

J.C dijo...

llegué a casa hoy desde Málaga y vi tu comentario. Me gustó también el anterior en el que decías que había amor en mi blog; pase a leerte y yo que siempre estoy solo, al menos leyéndote me senti ese ratito un poco menos, porque fue como una conversación de amig@s.

un saludo y gracias..

Unknown dijo...

Jeje, sé que no está bien reírse de las desgracias ajenas, pero es que a este post le has puesto mucha gracia, me ha encantado!